-Iré de primero, puedo hacerlo!!!. Te enseñaré cómo se hace.
Doy unos pasos delicados utilizando unos invertidos y unos
laterales para las manos, instalo un buen empotrador y visualizo la siguiente
secuencia. Los agarres del próximo tramo vertical no parecen muy definidos ni
seguidos. Parece que tendré que instalar protecciones pequeñas. Me digo a mi
mismo:
-Ojalá que los agarres fueran más obvios. Me encantaría
colocar otro seguro, pero no sé dónde puede quedar bien. Tengo que hacerlo, no
me puedo bajar.
Escalo un poco y veo emplazamientos para otro seguro. Mi
charla interior continúa: -No sé si voy a llegar. Una caída desde ahí arriba
sería peligrosa. Pero tengo que hacerlo. ¿Qué pensaría Brian si ni siquiera lo
intento? Al menos tengo que demostrar que lo peleo antes de caerme.
Escalo, ahora con toda la voluntad puesta en recorrer todo
ese tramo hasta llegar al probable emplazamiento para el seguro, aunque los
siguientes movimientos parecen fáciles. Dudo.
¿Debo arriesgarme? Estoy subiendo mucho, no quiero llevarme
un vuelo muy grande. Se me están hinchando los antebrazos y estoy perdiendo el
equilibrio. Para sentirme más seguro, me agarro con más fuerza. Tengo que poner
algún seguro aquí.
Veo un agujero ancho y saco un empotrador pero no consigo
instalarlo. ¿Por qué no habré dejado ir a Brian de primero? Si yo ya abrí la
última vía, lo único que quiero es poner un buen seguro.
Me arden los antebrazos y me tiemblan las piernas. Aguanto
la respiración. Quiero salir de aquí. ¡Cuidado¡¡¡ le grito a Brian. Aguanto
unos segundos intentando no perder el control. Inevitablemente demasiado
cansado como para seguir luchando, me doy por vencido y me llevo una caída
corta. El empotrador que he puesto abajo aguanta parándome el vuelo e
impidiendo que caiga al suelo.
¿Qué es lo que me pasa? ¡Joder!! He hecho un montón de
sextos ¿qué me importa esta mierda de vía?
La vía era Super Slab, un 6b+ en El Dorado Springs Canyon,
Colorado. Era el año 1977. El libro CLIMB que acababa de salir, estaba lleno de
relatos de mies héroes y de la ética radical que regía su escalada: nada de
caídas, desde abajo y nada de colgarse en los seguros. Cuando descansaba, vi a
unos amigos que se acercaban a nosotros. “Brian” dije en voz baja “no les digas
que me he caído”.
Este no fue uno de mis mejores momentos, pero ahora me doy
cuenta de que no era tan poco habitual. Quizás puedas distinguir en este relato
los elementos de mi pensamiento que y de mi escalada que limitaban mi
progresión….
Prefacio de Guerreros
de la Roca
By Arno Ilgner
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